miércoles, 27 de agosto de 2008

Mei 1#

Escuché la puerta cerrarse con un sonoro portazo seguido de los rugidos del General. Iba abriéndose paso a gritos por el pequeño intento de chalet que teníamos por casa tirando sillas, botellas y todo lo que se cruzase a su paso.

Lo oía cada vez más cerca de mi cuarto, que viniese borracho y rebotase contra cada centímetro de pared mientras subía las escaleras me era, francamente, de mucha ayuda. Lo más rápido que podía metía en una bolsa de cuero las pocas pertenencias que iba a necesitar y en un bolsillo interno de la gabardina marrón logré esconder un fajo de billetes antes de que se abriese la puerta con estrépito.

-¡Niñata malnacida!-gritó escupiendo groj por toda la estancia, que siendo como era de apenas 2x2m, es como decir que casi nadé en su asquerosa baba. –Desagradecida-volvió a decir arrastrando cada sílaba con los dientes apretados por la ira.

Si, definitivamente se había enterado. Agarré la bolsa y me la colgué cruzada, pero antes de llegar a alcanzar la gabardina que tenía sobre la silla el General se echó encima de mí como una exhalación de furia incontenible. Con los brazos extendidos buscando mi cuello, el que fuese bebido hasta casi ni tenerse en pie podría haber facilitado la cosa, pero el enorme tamaño del General y la falta de espacio en ese cuarto de escobas que tenía por dormitorio lo dificultaban todo.

Salté a la cama y le propiné una patada en el pecho haciendo que perdiese el equilibrio, momento que aproveché para tirarme sobre mi gabardina que custodiaba toda la fortuna que había podido reunir durante un par de años. Pero el General, incansable y cegado por la ira y la borrachera volvió al ataque con tal fuerza que ni con mis puñetazos desistía de su objetivo. Me dio tal puñetazo en el estómago que me dobló y dejó sin aire por unos segundos, segundos que no desperdició y aprovechó para darme un rodillazo en la cabeza tirándome contra la silla que se hizo añicos con el impacto y envió mi gabardina lejos de mi alcance. Barajé mis posibilidades mientras me lamía la sangre del labio partido.

No podía sacar la pistola de mi cinto, sería muy lento, con poca perspectiva para disparar y los disparos (si es que ya los gritos no lo habían hecho) atraerían a todos los vecinos de ese lado de la luna.
Aturdida por el golpe, me costaba razonar lo rápido que la situación se merecía.

El mastodonte embravecido se paró al verme tirada en el suelo. Se ajustó su uniforme de Soldado de la Alianza retirado que gustaba de ir luciendo por todas las tabernas a las que iba y se limpió el hilo de sangre que le brotaba de la frente.

-Zorra.- escupió a mis pies.-Después de daros un hogar a ti y a tu madre, ¿así me lo agradeces? ¡Incluso dejándote que siguieras viviendo aquí después de que tu madre muriese! Y encima ahora vistes como una puta independentista. Zorra malnacida, te voy a enseñar a respetarme por las malas, si no has querido por las buenas.

Dio un puntapié a la gabardina, mandándola fuera de la estancia. Se acercó a mí con una risa de quien no tiene intención de hacer nada bueno mientras se desabrochaba el cinturón y así pues el pantalón. Se tiró encima de mí antes de que pudiese siquiera enlazar lo que ese gordo seboso cabrón estaba dispuesto a hacer. Una vez encima el mastodonte me desgarró la blusa con una mano mientras que con el peso de su cuerpo me aprisionaba y no dejaba lugar a que moviese las piernas, y con la mano libre que le quedaba me sujetaba los brazos.
La situación se estaba volviendo de lo más indeseable y cuando hundió su lengua en mi boca hice lo que creí conveniente para salir de esa situación tan asquerosa. Le mordí la lengua hasta casi partírsela.

Su grito no se oyó solo en esa mitad de la luna, se oyó en el sistema solar entero. Un grito ahogado por la sangre que manaba de su boca a borbotones. Medio incorporado como estaba y gritando de dolor le di una patada en el pecho para quitármelo de encima y acto seguido saqué mis dagas y con un ligero y rápido movimiento le sesgué el cuello. El cerdo dejó de gritar y yo escupí sobre él la sangre que me había llenado la boca.

Me quité la camisa rasgada y llena de sangre y cogí una limpia de mi armario. Me lavé la sangre del General y mi propia sangre. Recogí la gabardina del suelo volví a cruzarme la bolsa de cuero y salí de allí por la puerta y no por la ventana como tenía pensado en un primer momento. No miré atrás.

Ahora mis planes de salir de aquella luna tenían que realizarse lo antes posible, mi cara y la noticia de que había matado a un General de la Alianza retirado, combatiente en la guerra no iba a hacerse de esperar mucho. No es que me importase mucho, tampoco era el primer hombre que mataba, solo que a este le tenía más ganas.

Mi padre, mi verdadero padre, había sido un Independentista que había luchado en La Guerra, murió cuando yo tenía 6 años, luchando en la batalla del valle Serenity. Mi madre tuvo que desprenderse de todo lo referente a mi padre, yo pude salvar solo la gabardina que ahora llevaba y la pistola que guardaba en el cinto.

Empezamos una vida lejos de los Independentistas y todo estaba en paz hasta que un General de la Alianza se encaprichó de ella. Nos llevó a vivir a una casa bien puesta y situada en una luna conquistada. Pero mi madre no pudo soportar aquella falsa, y cuando yo tenía 12 años terminó suicidándose dejándome a mi sola con ese tipejo. Fui hija ejemplar hasta que con 16 años recibí la primera paliza por la borrachera del General, acababa de emitirse en casi todo el sistema la creación de los Reavers por parte de la Alianza. Fue el último empujón que necesitaba.

En una luna hay siempre un sector respetable y otro…nada respetable. Anduve con tipejos, maleantes, traficantes y bichos de la peor calaña empapándome de todo lo que sabían: los engaños, los tejemanejes, aprendí a robar, aprendí a luchar y aprendí a matar. Con lo primero que robé conseguí mis dagas, realmente…fue lo primero que robé, de una antigua casa de empeño. Siempre lo hacía disfrazada, para que nadie pudiese reconocerme como la hijastra del General. Incluso me había ganado algo de reputación con un nombre falso, por supuesto.

Pero la última noche, en mi última salida por esa luna como ladrona, cuando ya despuntaba el alba y había recibido mi última paga por un trabajito, un tipejo quiso asaltarme para robarme (seria nuevo por la luna, infeliz) y me vi metida en una pelea, alguien me reconoció. Y el resto…bueno, el resto ya lo sabéis.

Me paré delante de una empresa vendedora de naves. Había llegado a mi primera parada. Era hora de volar.